Una mañana en el jardín de niños se convierte en un sinfín de experiencias, a través del juego creativo, la narración de cuentos, el almuerzo, la expresión artística, el huerto, la elaboración de pan y la música entre otras actividades. Se observa un despliegue de las capacidades y habilidades humanas, despertando e impulsando los talentos de cada niño.

Poder entregarse plenamente a las actividades viviendo procesos completos es la mejor preparación para la vida, ya que desarrollan el sentido de coherencia, la capacidad de concentración, de interés y un permanente amor por el aprendizaje.

La vida social adquiere y retoma un auténtico sentido de comunidad en donde todos tenemos el mismo valor y derecho a un lugar; nadie es más, nadie es menos, todos somos importantes y tenemos algo que aportar ya que somos seres únicos e irrepetibles.

El aprendizaje es integral, todos los aspectos del desarrollo se atienden en cada una de las actividades, respetando el ritmo entre la inhalación y la exhalación, entre la expansión y la contracción, entre la acción y la tranquilidad… manteniendo el equilibrio que cultiva una vida saludable.

En esta etapa los objetivos se centran en estimular los sentidos y la imaginación, fortaleciendo la voluntad de cada niño.

Por ello es menester proteger ese estado de fantasía y ensoñación, propios de la primera infancia. Nos referimos al candor, la inocencia y la pureza de los niños, situación que puede verse perturbada por el academicismo, intelectualización y abstracción tempranos, así como la vasta influencia de medios de comunicación masiva así como juegos de video, actuando de manera desoladora en el alma y mente de los niños. En el primer septenio, los niños viven una etapa de desarrollo físico. Es a través del movimiento que se genera el aprendizaje. Ofrezcamos un ambiente seguro donde haya libertad de movimientos.

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